El cinismo con el que la mayoría de gobiernos europeos está
gestionando el éxodo de refugiados no es un buen presagio para la cumbre
europea de ministros de interior y justicia que se celebra este lunes.
Al contrario, girarse hacia la UE para saber cuántos nos tocan es un
acto de cobardía y engaño.
¿Acaso Rajoy, Hollande o Cameron necesitan permiso para aceptar su responsabilidad sin fijar límites, como ya ha hecho Angela Merkel? ¿Hay que recordar de nuevo que la mayoría de los que están llegando no vienen para mejorar su vida, sino para intentar salvarla?
Mientras se anuncia un reparto global, la demagogia de los números y las cuotas es el muro donde se esconden quienes tienen el deber de abrir fronteras y recibir lo mejor posible a miles de personas que huyen de la barbarie.
Solo siguiendo el consejo del Papa Francisco de acoger a una familia por parroquia, a España llegarían casi 100.000 ¿Es suficiente acabar fijando un límite de 17.000 refugiados? Durante días se ha venido diciendo que el esfuerzo parece enorme y que, si se cumple, el problema está resuelto. Pero no es así. La crisis actual no tiene nada que ver con la falta de una política de inmigración común y no se soluciona con cupos. Esta crisis es de otra naturaleza. La sociedad lo ha entendido y presiona, pero la mayoría de gobiernos solo busca una conjura de cuotas, un número mínimo que les permita defender su dignidad. Nada mas.
Mientras la sociedad se moviliza para no sentirse cómplice y descubrir de nuevo la imagen de otro niño como Aylan Kurdi muerto en la orilla de una playa, los países andan a la greña sobre las cifras, como si el problema y la responsabilidad fuera ajena y pudiéramos dejar en la cuneta a los que no entren en la cuota.
Para el resto de gobiernos parece que solo importan los números. Ese es el engaño. Buscar una solución a este éxodo masivo no pasa por contar, sino por abrir las fronteras y acogerlos. La única manera de evitar ser cómplices de quienes quieren matarles es recibirles y analizar con calma quiénes tendrán derecho a quedarse y quiénes podrán ser repatriados en condiciones, cuando con el apoyo de otros países se empiece a plantear cómo acabar con las pulsiones genocidas que los expulsan. En definitiva lo que Europa debe proponer no es una conjura matemática, sino una solución política. Justo lo que no ha sucedido hasta ahora.
¿Acaso Rajoy, Hollande o Cameron necesitan permiso para aceptar su responsabilidad sin fijar límites, como ya ha hecho Angela Merkel? ¿Hay que recordar de nuevo que la mayoría de los que están llegando no vienen para mejorar su vida, sino para intentar salvarla?
Mientras se anuncia un reparto global, la demagogia de los números y las cuotas es el muro donde se esconden quienes tienen el deber de abrir fronteras y recibir lo mejor posible a miles de personas que huyen de la barbarie.
Solo siguiendo el consejo del Papa Francisco de acoger a una familia por parroquia, a España llegarían casi 100.000 ¿Es suficiente acabar fijando un límite de 17.000 refugiados? Durante días se ha venido diciendo que el esfuerzo parece enorme y que, si se cumple, el problema está resuelto. Pero no es así. La crisis actual no tiene nada que ver con la falta de una política de inmigración común y no se soluciona con cupos. Esta crisis es de otra naturaleza. La sociedad lo ha entendido y presiona, pero la mayoría de gobiernos solo busca una conjura de cuotas, un número mínimo que les permita defender su dignidad. Nada mas.
Mientras la sociedad se moviliza para no sentirse cómplice y descubrir de nuevo la imagen de otro niño como Aylan Kurdi muerto en la orilla de una playa, los países andan a la greña sobre las cifras, como si el problema y la responsabilidad fuera ajena y pudiéramos dejar en la cuneta a los que no entren en la cuota.
Triste escenario
No puede haber un escenario mas patético. De Hungría a Dinamarca, pasando por España, se difunden mensajes para confundir a los que huyen con terroristas o tratarlos como parásitos. Algunos países se desmarcan argumentando que no han firmado acuerdos de justicia. Otros como España argumentan que no tienen recursos, a pesar del clamor solidario que se traduce en ofertas y ayuda que deberíamos estar ya organizando. Mientras Italia y Grecia se saturan con nuevas llegadas, solo Angela Merkel ha tenido la valentía de recordar que Europa tiene una obligación: salvar cada una de las vidas que está escupiendo la barbarie. ¡Todas!Para el resto de gobiernos parece que solo importan los números. Ese es el engaño. Buscar una solución a este éxodo masivo no pasa por contar, sino por abrir las fronteras y acogerlos. La única manera de evitar ser cómplices de quienes quieren matarles es recibirles y analizar con calma quiénes tendrán derecho a quedarse y quiénes podrán ser repatriados en condiciones, cuando con el apoyo de otros países se empiece a plantear cómo acabar con las pulsiones genocidas que los expulsan. En definitiva lo que Europa debe proponer no es una conjura matemática, sino una solución política. Justo lo que no ha sucedido hasta ahora.
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