Si nos remontamos solamente unos pocos años atrás, la población española aparecía en todas las encuestas y sondeos a la cabeza del entusiasmo europeísta. Catalunya incluida. Pero en este momento, cuando llega el momento de la convocatoria para la elección de representantes en el Parlamento Europeo, las cosas parecen muy distintas.
Para empezar, nunca ha quedado muy claro qué intereses se defienden desde las distintas opciones. Si atendemos a las explicaciones y mensajes motivadores diversos, se trata de defender los derechos de los españoles en una UE que acabará tomando un gran número de medidas que afectarán a nuestra vida de forma directa. Pero no queda claro cómo será ese «mecanismo de defensa de los intereses españoles en Europa». ¿Acaso los elegidos aquí actuarán con unidad de criterios «nacionales»? Por ejemplo, PP y PSOE ¿actuarán más en función de intereses españoles que de intereses ideológicos o de grupo? ¿Y lo hará igual cualquier miembro de cualquier formación política? ¿O será más bien que cada cual irá a engrosar sus respectivos grupos parlamentarios en un esquema similar al de los diputados elegidos para formar parte del parlamento español que son, con algunas excepciones, simples apretadores de botones siguiendo las consignas del grupo al que pertenecen?. Desde luego, para los políticos y los más informados las cosas serán claras, pero para la ciudadanía no queda nada claro de qué forma puede defender mejor sus intereses y sensibilidades con su voto a una u otra formación en estas elecciones europeas. Todo junto invita a pensar en una gran abstención. Pero hay más.
El entusiasmo europeísta de hace unos años saltó por los aires con la crisis económica. Cuando los bancos europeos se vieron «intoxicados» por la inversión en valores de dudoso cobro procedentes de los grandes grupos financieros americanos y, por decirlo de forma coloquial, «vieron las orejas al lobo», la UE no dudó en machacar a Grecia, por muy «europeo» que fuera ese país. Tampoco tardaron en acosar a Irlanda, Portugal, España e Italia. Los españoles hemos podido ver en poco tiempo como esa Europa democrática, civilizada y con servicios y derechos sociales modélicos se convertía, en momentos de tensión económica, en una Europa implacable que reducía sin piedad el estado del bienestar, los servicios y prestaciones y los derechos conseguidos... e incluso cómo crecían en su seno opciones xenófobas contra ciudadanos de otros países miembros de la misma Unión Europea.
Hoy el modelo europeo ya no es el referente claro, la aspiración de los españoles. Europa se percibe como parte del problema cuando antes era, no una parte de la solución, sino la solución misma. La europa de los mercaderes, sometida a los designios e intereses de la «locomotora» alemana, plagada de ultras racistas, sin política exterior y sin fuerza suficiente para imponer sus modelos e intereses a escala mundial, no es lo que era. Si ya antes había una dificultad para digerir que muchas de nuestras cosas cotidianas se decidían en la UE, la lejanía de las instituciones europeas se ve ahora todavía más lejana. Y si lo llevamos al plano de las autonomías, naciones sin estado o como queramos llamarlo, la distancia se percibe como sideral. Por eso, entre otras cosas, los movimientos secesionistas y las inquietudes nacionalistas, tanto de regiones como de estados, se hacen más evidentes. Casi nadie ve a Europa como una estructura supranacional garante de bienestar, derechos y libertades. Más bien al contrario, a una gran parte de la ciudadanía le parece que se trata de la estrutura de control de los poderes financieros sobre la población.
Dicho todo esto, la abstención parece que será la gran medida de las cosas. No obstante, en tiempos tan complicados, la gran pregunta es si se puede o no se puede «decir algo» yendo a votar. Y a esa pregunta la respuesta es «sí, se puede decir algo». De hecho, tal como están las cosas en la política, es posible que en estas elecciones se pueda decir algo realmente importante. Así que nuestra recomendación es ésta: piense muy despacio lo que quiere decir con su voto y dígalo. Los ciudadanos somos raramente escuchados porque tenemos pocas posibilidades de hablar. Por eso, ahora que podemos hacerlo, no podemos quedarnos callados. Piense bien lo que quiere decir y dígalo con su voto. No es tan inútil. Será «la primera frase» de una idea que podremos completar en el próximo ciclo electoral. En un año, hablaremos varias veces. Pensemos qué queremos decir.
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