Periódico "El Raval"

Cada mes sale a la calle el periódico "El Raval" con información de lo que puede interesar a quienes viven y trabajan en el barrio del Raval.
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jueves, 24 de junio de 2010

Negativismo
María José Hernando. Psicóloga

Todos hemos oído aquello de la botella medio llena y la botella medio vacía. Pero para algunas personas lo de ver la botella siempre medio vacía es, incluso, demasiado positivo. Hay personas para las que parece que la botella siempre estuviera completamente vacía. Usted conocerá a alguien así: que si le bajan el sueldo porque se lo bajan, que si no se lo bajan porque no se lo han subido y si se lo suben porque no se lo han subido tanto como esperaba o tanto como a otra persona que se lo merece menos... el caso es que siempre le parece mal. Son las personas atrapadas en el negativismo.


El negativismo es como una especie de vicio psicológico que se va consolidando, que va estableciéndose como filtro que todo lo tiñe hasta sumergir a la persona que lo padece en un mundo de sensaciones, emociones y pensamientos negativos.

El mismo fenómeno puede darse cuando hablamos de grupos sociales. El negativismo puede hacer presa en los vecinos de un barrio, en los trabajadores de una empresa, en un equipo de personas y, a una cierta escala, puede incluso ser de influencia más amplia.

A veces, cuando una observa los contenidos de algunos telediarios da la sensación de que los miembros de las redacciones de noticias son víctimas de ese problema. Pareciera que hay una predisposición a considerar que una mala noticia es siempre más importante que una buena noticia.

El pensamiento positivo es fundamental para salir de los momentos de crisis personales. Es necesario aprender a ver en cada situación, en cada persona que nos rodea, en cada proyecto y en cada recuerdo algún aspecto positivo. Para algunas personas este aprendizaje es muy costoso. Atiendo a personas que en algunas ocasiones llegan tras un tiempo muy largo de angustia, de esfuerzo por soportar una situación muy tensa que les ha ido llenando de temores, de experiencias negativas, de frustraciones. Esa especie de «paliza» les ha dejado a modo de secuela una incapacidad para desarrollar un pensamiento positivo que les ayude a salir de su situación. El negativismo se ha hecho fuerte en ellos, se ha convertido en una costumbre, en un hábito, en un verdadero «vicio» para el que no se han inventado parches.

Necesitan desarrollar un pensamiento positivo pero se han acostumbrado a lo contrario. Y cuando intentan ver los aspectos positivos el más mínimo revés les confirma su negativa visión de la realidad, como la recaida de un drogadicto en rehabilitación. No es fácil, no lo es. Pero sí es imprescindible. Necesitamos el pensamiento positivo para ser felices. No va de ser felices para tener un pensamiento positivo, como mucha gente cree. Desde el negativismo es imposible ser feliz. Es impresecindible aprender a ver lo positivo, im-pres-cin-di-ble.

Si son aficionados al cine, incluso si no lo son, hay un personaje que encarna este espíritu: Forrest Gump. También una película mítica «Qué bello es vivir» y miles de personajes que afrontan sus momentos de crisis con un indomable espíritu positivo que les ayuda a triunfar. Pero no crean que es solo cine. La vida nos pide que sepamos luchar y la primera técnica de lucha que debemos practicar hasta dominar es el «pensamiento positivo».

No digo que sea fácil, digo que es im-pres-cin-di-ble.

lunes, 21 de junio de 2010

El "burka psicológico" del Raval
Javier Alegría

El burka puede ser escogido por la mujer que lo lleva, puede ser impuesto por el hombre, puede ser inspirado por el sentimiento religioso... Pero el burka tiene algo que lo hace inaceptable: obliga a quien lo usa a ver el mundo a través de una cerrada rejilla. Y eso, en occidente, es visto como una especie de tortura que no se puede justificar.
En el Raval existe otro burka, un burka psicológico, que hace que la realidad aparezca reducida, distorsionada, oscurecida. Actúa como un velo que todo lo tiñe de negro, de negatividad, de pesimismo y de mala leche. Un velo que proyecta sobre el barrio una sombra, que elimina todo lo positivo y resalta todo lo negativo para proponerlo después como "realidad".
Si uno visita el blog del colectivo Raval per Viure podrá estar más o menos de acuerdo con algunas de las denuncias allí recogidas, pero lo que resulta realmente chocante es que en esa página no haya ni un elemento positivo, todo es negativo salvo un par de opiniones que apenas se atreven con un suave "bueno, seamos sensatos...".
Es curioso cómo en el periódico "El Raval" se publican cada mes veinte páginas llenas de iniciativas positivas para el barrio. En el Raval se están haciendo obras de recuperación del Patrimonio Histórico, se están peatonalizando calles, colocando recogida pneumática de basuras, pacificando el tránsito. La red de entidades (la más tupida y activa de la ciudad) impulsa contínuas iniciativas culturales, sociales, lúdicas, comerciales, etc. Los grandes centros culturales ofrecen inmejorables exposiciones, organizan eventos de interés incluso internacional, proponen actividades participativas y son centro de la cultura barcelonesa. Pero además de todo eso, el barrio del Raval está siendo el epicentro de un proceso social y cultural de máximo interés para cualquier ser humano desde que en sus calles se mezclan personas de casi todas las culturas del planeta en un momento, además, en el que la globalización mundial es una realidad nueva, desafiante y llena de interrogantes.
En el Raval hay delincuentes, hay prostitutas en algunas calles, hay traficantes y clientes que llegan de toda la ciudad y hay vecinos indignados y exigentes. Pero olvidar todo lo positivo para centrarse solo en cualquier noticia con tintes negativos es propio de quien, atrapado por su negativismo, es incapaz de ver los infinitos matices de los colores, las texturas de las nuevas realidades y la belleza que se aprecia detrás de cada realidad humana.
Para colmo, la prensa grande, la de los grandes medios de comunicación, ávida de engordar su negocio y de alimentar intereses que poco tienen que ver con los vecinos de este barrio, se apresura a magnificar el velo negro del Raval generando un círculo vicioso en el que el abatimiento, la negatividad y el pesimismo crecen y hasta ofenden.
Ya es hora de que las pancartas se descuelguen de los balcones. Ya es hora de que dejen de proyectar su sombra sobre las calles. Este barrio es un barrio digno porque la dignidad está en quienes viven y trabajan en él, la dignidad está en el esfuerzo por solucionar problemas, por iluminar la vida, por enriquecer la convivencia. Ya es hora de pensar en positivo, de exigir desde la propuesta y no desde la queja, de poner el hombro en la construcción de un barrio mejor, de apoyar a las entidades (incluso de sumarse a ellas). Ya es hora de que las voces del Raval propongan además de denunciar. Es una responsabilidad de todos pero es, sobre todo, una responsabilidad de cada uno. Siéntase orgulloso/a de su barrio y si aún no lo está, trabaje por mejorarlo. No dejemos más tiempo que el discurso del Raval sea el de los que lo ven con un "burka psicológico". El Raval tiene colores y el negro es de los que menos brillan en él.  

domingo, 13 de junio de 2010

¿El fin de la opulencia?
Javier Alegría

Recuerdo varias conversaciones a finales del siglo pasado y primeros años de éste que tenían un elemento en común: la extrañeza por el lugar en el que las personas deciden vivir. Recuerdo que tras un terrible huracán que asoló centroamérica alguien comentó "¿Cómo puede ser que haya gente que viva en esos lugares sabiendo que año sí año no, recibirán la visita de un huracán como este"  Días más tarde una ladera de una favela se llevó por delante la vida de un centenar de personas mas y el comentario se repitió. Luego llegaron terremotos, atentados crueles matanzas étnicas... Y el comentario se iba repitiendo.
Mientras eso sucedía, en paralelo, los españoles vivíamos una opulencia que se correspondía con la de los países occidentales. Se hacían grandes negocios, se ponían en marcha grandes proyectos y una gran parte de la población se acariciaba el ánimo pensando en la revalorización de su piso: "pues a mí me costó 17 y ahora uno similar lo han vendido por 43".
Como todos sabemos, en esos años empezó a llegar por aquí una verdadera muchedumbre de extranjeros que, porcedentes de muchos de esos lugares en los que nos parecía increíble que la gente decidiera vivir, intentaban subirse en el tren de occidente aunque fuera sin asiento, en los pasillos o incluso en los retretes. Vimos a "revisores" del tren de la opulencia echando fuera del tren a míseros africanos llegados en patera, vimos levantar vallas en el sur, controles en los aeropuertos y muchas identificaciones en las calles. Pero seguían llegando, seguían encontrando trabajo y seguían manteniendo vivo el sueño de la opulencia europea.
Pero esa opulencia estaba a punto de entrar en crisis.
El mercado es una máquina absurda que se alimenta insaciablemente de una materia prima: consumidores. El mercado los necesita para vivir, para hacerse fuerte, para perpetuarse. Los juegos financieros son instrumentos del mercado, como los tenedores y los cuchillos, pero lo que necesita realmente en su plato son consumidores. Europa ha sido históricamente una gran fuente de alimento para el mercado: muchos y buenos consumidores. Pero la historia sigue y el mercado avanza en su ciego devenir. Hasta que llega un momento el que el avance de los medios de comunicación y de transporte hacen que las distancias se acorten, que las fronteras, especialmente para el dinero, se diluyan. Los avaros sacerdotes del mercado descubren que pueden estar en un cómodo sillón de Londres o Nueva York colocando mercancías y moviendo dinero por todo el mundo y que pueden especular en todos los mercados nacionales sin moverse de su despacho.
También se dan cuenta de que el principio básico de las sucesivas ampliaciones en la UE se puede aplicar a nivel mundial.
La UE fue ampliándose a base de incorporar nuevos países a los que en un principio se debía ayudar económicamente. La inversión se justificaba cuando más tarde un país como España aportaba al mercado común a sus 35 millones de españoles con un nivel de renta más apreciable, dicho de otra forma, convertidos en mejores consumidores. Pero entonces... ¿Podría funcionar a nivel mundial?
El mercado advirtió que los países emergentes de Asia ya no eran una noticia pintoresca. La permeabilidad de China, el despegue -lento y con contrastes- de India, y sobre todo, la enorme población de esos países permitía imaginar un nuevo orden mundial para el mercado.
La cuenta es fácil: Europa 300 millones de consumidores a razón de "x" es mucho menos atractivo que 2.500 millones a razón de "x/4". Con dos ventajas añadidas. Los consumidores de Europa forman sociedades con muchos derechos adquiridos, muchas "pijaditas" que limitan los intereses del mercado y una mano de obra muy cara. Los mercados emergentes ofrecen poblaciones más dóciles, con menos derechos y controles.
Así que la crisis está servida. El mercado utiliza a sus sacerdotes apátridas para cambiar el mapa de la opulencia mundial. Ha decidido que lo que ofrece Europa no es acorde a la nueva situación. Europa pierde en favor de la llegada de nuevas masas de consumidores. La crisis mundial golpea en todas partes, son los movimientos "tectónicos" del mercado. Pero es Europa la peor parada, es el centro de la segunda fase de la crisis.
El mercado avanza y reorganiza su huerto. Los políticos intentan controlarlo, pero fracasan. Da igual su signo político, el mercado les aprieta y les chantajea: aqúí da igual programas, sensibilidades e ideologías (jajaja, que antigüedad eso de las ideologías) aquí solo hay una forma de avanzar: por el camino que marca el mercado. Los políticos cambian pero el mercado ha de continuar. Y cuando las placas cesen en su movimiento traumático, cuando la crisis sea historia, dento de algunos años, el mapamundi del consumo habrá cambiado y Europa ya no será el centro del planeta, tendrá que soportar su población envejecida, sus elevadas exigencias sociales y la presión de una nueva realidad en otros continentes, más jóvenes, más pujantes, más ávidos de consumo y mucho menos críticos con las "necesidades obscenas" del mercado.
Transitamos hacia el fin de la opulencia.