Aunque para muchos ha pasado
inadvertido, el 13 de abril el Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático (IPCC) publicó la tercera y última parte de un
informe en el que se advierte sin rodeos que solo tenemos 15 años para
evitar superar el umbral de un calentamiento global de dos grados. Más
allá, las consecuencias serán dramáticas.
Solo los más miopes no toman conciencia
de qué se trata: desde el aumento del nivel del mar, hasta más
frecuentes huracanes y tormentas y un impacto adverso en la producción
de alimentos.
En un mundo normal y participativo, en
el que 83 por ciento de las personas que viven hoy todavía existirán
dentro de 15 años, este informe habría provocado una reacción dramática.
En cambio, no ha habido un solo
comentario de los líderes de los 196 países en los que habitan los 7.500
millones de “consumidores” del planeta.
Los antropólogos que estudian las
semejanzas y diferencias entre los seres humanos y otros animales, hace
un buen tiempo que llegaron a la conclusión de que la humanidad no es
superior en todos los aspectos.
Por ejemplo, el ser humano es menos
adaptable a la supervivencia que muchos animales en casos de terremotos,
huracanes y otros desastres naturales. A estas alturas, ellos deben
advertir síntomas de alerta y malestar.
El primer volumen de este informe del
IPCC, publicado en septiembre de 2013 en Estocolmo, estableció que los
humanos son la causa principal del calentamiento global, mientras que la
segunda parte, lanzada en Yokohama el 31 de marzo, afirmó que “en las
últimas décadas, los cambios climáticos han causado impactos en los
sistemas naturales y humanos en todos los continentes y en todos los
océanos”.
El IPCC está formado por más de 2.000
científicos de todo el mundo y esta es la primera vez que ha llegado a
firmes conclusiones finales desde su creación por las Naciones Unidas en
1988. La principal conclusión es que para detener la carrera hacia un
punto sin retorno, las emisiones globales deben reducirse entre 40 y 70
por ciento antes de 2050.
El informe advierte que “solo los
grandes cambios institucionales y tecnológicos darán una oportunidad
superior a 50 por ciento” de que el calentamiento global no traspase el
límite de seguridad, y agrega que las medidas deben comenzar a más
tardar en 15 años, completándose en 35.
Vale la pena señalar que dos terceras
partes de la humanidad es menor de 21 años y en gran medida son ellos
los que tendrán que soportar los enormes costos de la lucha contra el
cambio climático.
La principal recomendación del IPCC es
muy simple: las principales economías deben fijar un impuesto a la
contaminación con dióxido de carbono, elevando el costo de los
combustibles fósiles, para impulsar el mercado de fuentes de energías
limpias, como la eólica, la solar o la nuclear.
Diez países son los causantes de 70 por
ciento del total de la contaminación mundial de gases de efecto
invernadero, mientras Estados Unidos y China son responsables de 55 por
ciento de esa magnitud.
Ambos países están tomando medidas serias para combatir la contaminación.
El presidente estadounidense, Barack
Obama, trató en vano de obtener el beneplácito del Senado y ha debido
ejercer su autoridad bajo la Ley de Aire Limpio de 1970 para reducir la
contaminación de carbono de los vehículos e instalaciones industriales,
estimulando las tecnologías limpias. Sin embargo, no puede hacer nada
más sin apoyo del Senado.
El todopoderoso nuevo presidente de
China, Xi Jinping, considera prioritario el medio ambiente, en parte
porque fuentes oficiales estiman en cinco millones anuales el número de
muertes en ese país por la contaminación.
Pero China necesita carbón para su
crecimiento, y la postura del Xi es: “¿por qué deberíamos frenar nuestro
desarrollo, cuando los países ricos que han creado el problema actual
quieren que tomemos medidas que retrasan nuestro crecimiento?”.
Así se crea un círculo vicioso. Los
países del Sur quieren que los países ricos financien sus costos de
reducción de la contaminación y los del Norte quieren que estos dejen de
contaminar y asuman sus propios costos.
Como resultado, el resumen del informe,
que está destinado a los gobernantes, ha sido despojado de las premisas
que podrían dar a entender la necesidad de que el Sur haga más, mientras
que los países ricos presionaron para evitar un lenguaje que pudiera
ser interpretado como la necesidad de que ellos asuman las obligaciones
financieras.
Esto debería facilitar un compromiso
blando en la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático de Lima, donde se debería alcanzar un nuevo acuerdo global
(recuérdese el desastre de la conferencia en Copenhague en 2009).
La clave de cualquier acuerdo está en
manos de Estados Unidos. El Congreso de ese país ha bloqueado toda
iniciativa sobre el control climático, proporcionando una salida fácil
para China, India y el resto de los contaminadores: “¿por qué debemos
asumir compromisos y sacrificios, si Estados Unidos no participa?”.
El problema es que los republicanos han
convertido el cambio climático en una de sus banderas de identidad. La
última vez que se propuso un impuesto al carbono, en 2009, luego de un
voto positivo en la Cámara de Representantes controlada por los
demócratas, el Senado dominado por los republicanos lo rechazó.
En las elecciones de 2010, una serie de
políticos que votaron a favor del impuesto al carbono perdieron sus
escaños, lo que contribuyó a que los republicanos asumiesen el control
de la Cámara.
Ahora, la única esperanza para los que
quieren un cambio es aguardar las elecciones de 2016, y esperar que el
nuevo presidente de Estados Unidos sea capaz de cambiar la situación.
Este es un buen ejemplo de por qué los antiguos griegos decían que la
esperanza es la última diosa…
El cuadro es muy simple. El Senado
estadounidense está integrado por 100 miembros, lo que significa que
bastan 51 votos para liquidar cualquier proyecto de ley sobre un
impuesto a los combustibles fósiles.
En China, la situación es diferente. En
la mejor de las hipótesis, las decisiones las toma el Comité Permanente
del Comité Central, formado por siete miembros, que son el verdadero
poder en el Partido Comunista.
En otras palabras, el futuro de nuestro
planeta lo deciden 58 personas de una población mundial de casi 7.700
millones de habitantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario