Periódico "El Raval"

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martes, 5 de noviembre de 2013

"LOS MOSSOS Y EL RAVAL" Editorial del periódico "El Raval" de Noviembre 2013

1.- Cuando terminó la dictadura de Videla y la información circuló sin las trabas anteriores, la sociedad argentina quedó totalmente impactada por el grado de crueldad al que se había llegado en las torturas a los insurgentes detenidos. No se podía entender cómo hombres, que por otra parte eran amantes esposos y cariñosos padres, habían llegado a tal punto de ensañamiento con los detenidos. Pero en un país como Argentina no tardó en encontrarse una explicación. Se acuñó el concepto de «síndorme del torturador» que explicaba el proceso de la siguiente manera:
Todo ser humano (excepto quizás los psicópatas graves) tiene un grado de empatía que le permite experimentar en sí mismo las emociones del otro. Uno puede registrar internamente la alegría del otro, y su tristeza y dolor también. Cuando el torturador comienza a infligir daño al detenido, experimenta en sí mismo un «displacer», un malestar. Como quiera que esa perturbación proviene de la percepción del sufrimiento del torturado, el torturador «siente» que su malestar es culpa del torturado y su ira hacia él aumenta. Con cada sesión, el torturador sube un peldaño de ira y odio hacia el torturado y así, peldaño a peldaño, llega a niveles que resultan absolutamente inhumanos, hasta que lo que tiene delante «deja de ser humano» y el torturador se siente aliviado.

2.- Durante décadas, tanto los policías nacionales como los miembros de la Guardia Civil destinados en Euzkadi procedían de otras regiones de España. Cuestión de seguridad. No podía haber policías vascos porque su arraigo, familiares y amigos les convertían en objetivos potenciales fáciles para ETA.  Así que llegaban policías que no conocían el territorio ni a sus gentes. Además, los allí destinados no podían, por las mismas razones de seguridad, hacer una vida normal. Nada de «potear» por los bares, ni de hacer amigos. Todo acercamiento era peligroso. De este modo, los miembros de las fuerzas de orden eran seres de vida extraña, sin contacto con la población, con hábitos de extremo recato, que percibían a todo el resto de la población como potenciales amenazas.Accedían a ir porque la paga era especialmente buena, pero solo podían estar allí un tiempo breve tras el que eran de nuevo retornados a sus regiones de orígen donde su vida, y la percepción de las personas a las que debían proteger, volvían a seguir un esquema de normalidad.

3.- El Raval, como Euzkadi hace años, es un territorio «peculiar». Está lleno de personas a las que, en ciertos círculos, se denomina con el despectivo término de «chusma». La chusma está formada por varios colectivos, todos ellos mucho más abundantes en el Raval que en otros barrios de la ciudad. Son los yonkis que acuden a la sala Baluard para seguir tratamientos de desintoxicación; los «sintecho» y mendigos; los inmigrantes pobres, con o sin papeles, pero pobres; las prostitutas y chulos; los vecinos miembros de las clases más bajas; los pequeños delincuentes dedicados al tirón, el sirleo y otras técnicas de supervivencia delictiva; los okupas, alternativos, ácratas y antisistema varios, englobados en el término de «perroflautas»... Para los miembros de los cuerpos de seguridad, todos esos colectivos son fuente de problemas. Son gente que les complica la vida, que les genera malestar, que les obliga en algunas ocasiones a emplear la violencia. Mientras en muchos barrios, las fuerzas de orden son percibidas como ayudantes al servicio de la ciudadanía, como gente amable que «te protege», en el Raval hay muchísima gente que los vive al contrario: como amenazantes agentes de control que están ahí para perseguir y reprimir. Como es de suponer, la «agradable» relación entre protectores y vecinos de la mayoría de los barrios, en el Raval es más bien una relación entre colectivos que se crean problemas de forma casi constante. Y claro, hay agentes que pueden llegar a sentirse, no entre ciudadanos, sino entre «chusma» molesta. 

4.- En todas las fuerzas de orden acaban entrando indivíduos a los que les cabe el calificativo de «gorilones» que buscan una salida profesional estable. Precisamente para evitar esa entrada son los test psicológicos que se utilizan como filtro. Pero ya se sabe que no hay filtro perfecto. En cualquier caso, las experiencias de Argentina y Euzkadi deberían ser tenidas en cuenta. El Raval no es un territorio «normal» para un uniformado encargado de proteger a los ciudadanos. Su relación con gran número de sus protegidos está en muchos casos alterada e invertida. En un contexto así, no es extraño que acaben sucediéndose episodios en los que la ira acumulada se manifieste, incluso de la forma brutal que hemos presenciado todos en los vídeos de la calle Aurora. Debe haber depuración de responsabilidades, sin duda, pero no estaría de más que también se articulara un sistema de «recambios frecuentes», similar al de Euzkadi, para evitar que a algunos de los agentes les afectara de forma intensa esa especie de «síndorme del policía» en el que la ira va creciendo porque ve en sus protegidos a amenazantes «chusmas» que cada día le complican la vida. Los responsables deberían considerarlo.

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