La política
es el arte de lo posible. Debe servir para resolver problemas. En
España se ha convertido hace tiempo en la melancolía de lo imposible.
Parece que solo vale para agrandar los problemas. Aquí rara vez se
buscan soluciones. Nos pone más andar a la caza de culpables. La gente
sale a la calle a pedir lo que quiere, pero le tiran la ley a la cabeza.
La ciudadanía sale a la carretera a reclamar que se ocupen de sus
demandas, pero medios y políticos responden con especulaciones sobre
expectativas electorales, el look de los manifestantes o el verdadero alcance de los sentimientos de quienes fueron y quienes no acudieron.
Resulta insoportable ver y oír como se habla de los catalanes igual que si fuesen meros figurantes en una superproducción dirigida por Rajoy, Mas o Junqueras. O van manipulados, o engañados o porque no se enteran. A ver si nos vamos enterando de que la gente no es tonta, sabe lo que quiere y acostumbra a pedir lo que quiere. Se llama democracia. Funciona en muchas partes del mundo con absoluta normalidad y sin romper nada.
Resulta irritante escuchar inflamadas disertaciones sobre la inquebrantable soberanía del pueblo español y la sacrosanta unidad constitucional a los mismos actores que emplearon una tarde y un café para cambiar la Constitución de 1978, elevando a principio constitucional algo tan peligroso como el equilibrio presupuestario. Si el Eurogrupo tiene un problema con nuestra Constitución, se reforma antes del amanecer. Si millones de catalanes demandan cambios, se quedan a un paso de que les apliquen el Código Penal.
Catalunya quiere votar y decidir. Hay que estar muy ciego para no verlo. Oponerse a una demanda tan clara y mayoritaria es perder el tiempo o invocar la desgracia. Cuanto antes hable la gente, antes dejaremos de hacernos daño.
Resulta insoportable ver y oír como se habla de los catalanes igual que si fuesen meros figurantes en una superproducción dirigida por Rajoy, Mas o Junqueras. O van manipulados, o engañados o porque no se enteran. A ver si nos vamos enterando de que la gente no es tonta, sabe lo que quiere y acostumbra a pedir lo que quiere. Se llama democracia. Funciona en muchas partes del mundo con absoluta normalidad y sin romper nada.
Resulta irritante escuchar inflamadas disertaciones sobre la inquebrantable soberanía del pueblo español y la sacrosanta unidad constitucional a los mismos actores que emplearon una tarde y un café para cambiar la Constitución de 1978, elevando a principio constitucional algo tan peligroso como el equilibrio presupuestario. Si el Eurogrupo tiene un problema con nuestra Constitución, se reforma antes del amanecer. Si millones de catalanes demandan cambios, se quedan a un paso de que les apliquen el Código Penal.
Catalunya quiere votar y decidir. Hay que estar muy ciego para no verlo. Oponerse a una demanda tan clara y mayoritaria es perder el tiempo o invocar la desgracia. Cuanto antes hable la gente, antes dejaremos de hacernos daño.
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