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martes, 8 de marzo de 2016

Confianza y contrato social. Mª José Hernando. Columna de psicología en el periódico "El Raval". Marzo 2016

Los seres humanos somos seres sociales. Nos conformamos psicológicamente en el seno de una sociedad que nos transmite de diferentes maneras y de forma contínua sus valores, habilidades y conocimientos. No solo la familia y la escuela, la sociedad entera nos moldea. Por eso, si observamos sociedades muy distintas, podemos apreciar diferencias no solo en las costumbres sino en los valores, las creencias, las formas de relación etc. En el seno de esa relación individuo-sociedad también se forma nuestra imagen propia, la imagen que tenemos de nosotros mismos al hacer constantes comparaciones entre lo que parece exigirse de cada uno/a y lo que podemos ofrecer. Y como es lógico, se forma la idea que tenemos de los demás, de cada uno de los demás y de los conjuntos humanos, sean estos empresas, partidos, corales o grupos deportivos, por poner ejemplos simples. Pero asistimos en estos tiempos a un problema grave en el funcionamiento social: la quiebra de la confianza. El lamentable espectáculo de la corrupción, al que asistimos entre atónitos e indignados, no es solo una cuestión de legalidad, enriquecimiento y malas prácticas. Es también un atentado a algo fundamental en el funcionamiento correcto de la sociedad y a nuestro propio funcionamiento como personas. Las sociedades lo son porque se establece entre los indivíduos una especie de «contrato social» en el que se marcan unas normas de funcionamiento individual y colectivo que se suponen que están basadas en valores compartidos y en objetivos comunes. Pero cuando ese contrato social se rompe y lo que no debe ser se repite constantemente, se empieza a resquebrajar la relación entre el individuo y el conjunto social y se resquebraja también la «confianza en el otro». Cuando alguien nos coloca agua mal depurada en nuestros grifos, cuando alguien se embolsa el dinero que debería ir a servicios sociales, cuando alguien hace tratos particulares de espaldas o incluso contrarios al interés social... cuando eso se repite un día y otro, nos agranda un temor que necesitamos vencer para vivir en sociedad, nos transmite una «sospecha»: la sospecha de que «el otro» no es fiable. No solo el corrupto, que eso se da por supuesto. Ni siquiera el colectivo con el que identificamos al corrupto, sea un partido, una entidad o una institución. El problema más grave es que nos debiliita la confianza que necesitamos en «el otro», en cualquier «otro», en todos los «otros» de los que nos rodeamos en nuestra vida de seres sociales. La pérdida de confianza en el «otro» es de extrema gravedad porque se convierte en un torpedo en la línea de flotación de nuestras relaciones. Afecta a todo y, por supuesto, nos limita, nos dificulta, nos lastra, nos pone mucho más difícil la comunicación y por ello nos aisla. Y el aislamiento es, para un ser social, una enorme amenaza.

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