Periódico "El Raval"

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martes, 5 de febrero de 2013

EL FINAL DE UNA ETAPA. Editorial del periódico "El Raval" del mes de febrero 2013

Decíamos en nuestro editorial del mes pasado que reducir el diagnóstico de los problemas del país a una cuestión meramente económica era un error y que la solución de los males que nos aquejan debía pasar necesariamente por abordar el problema de la corrupción en la política, en las finanzas y en la vida socio-económica general. Las primeras semanas del año han confirmado nuestra predicción poniendo en primer plano de la actualidad los casos más sangrantes de financiación ilegal, fuga de capitales y malversaciones de fondos públicos. Un 98% considera que el país no va bien y la indignación preside cualquier análisis que de la situación de España se haga. Probablemente, ni siquiera en tiempos de la dictadura había tanta gente descontenta con el gobierno y los gobernantes.

Cuando murió el dictador y comenzaron los pasos de la transición, el pueblo albergaba la esperanza de que un gobierno democráticamente elegido acabaría con las lacras de la dictadura. Se suponía que la democracia acabaría con las decisiones arbitrarias de quienes estaban instalados en el poder, se suponía que habría una justicia más justa y se suponía que los partidos llevarían al parlamento el sentimiento y los deseos del pueblo. Pero menos de cuarenta años después todas esas esperanzas se han visto repetidamente traicionadas.

No puede ser que todos los partidos grandes se vean implicados en casos de financiación ilegal.
No puede ser que la justicia tarde veinte años en resolver un caso de corrupción. Ni puede ser que el gobierno indulte a políticos y financieros condenados en firme por casos de corrupción.
No puede ser que tenga más peso en las decisiones políticas la opinión de líderes extranjeros que la de millones de españoles.
No puede ser que la corona arrastre la dignidad que debe corresponder a la jefatura del estado de la forma que lo está haciendo.
No puede ser que se rescate con dinero público a bancos que han estafado a sus propios clientes mientras se multiplican los deshaucios a familias a las que se niega toda ayuda económica.
No puede ser que se recorten las ayudas a los más necesitados, a los dependientes, mientras se ofrece una amnistía fiscal para beneficio de evasores de impuestos, los más pudientes de la sociedad.
No puede ser... No puede ser...No puede ser...   

El «no puede ser» es el lamento de un pueblo traicionado en sus anhelos. Es la expresión de una rabia mezclada de impotencia porque ahora no hay un dictador a quien apuntar sino todo un sistema perverso en el que políticos y financieros han estado robando de las arcas públicas con total impunidad. Una impunidad en la que una justicia ineficiente y politizada ha tenido un papel importante.

¿Qué cabe esperar cuando en la mesa de los ladrones se sientan tanto personas que controlan las finanzas como otras que se supone deben representar al pueblo? ¿Qué cabe esperar de una justicia que tarda veinte años en resolver un caso cuando afecta a esos individuos?

El pueblo espera cambios. No cambios de nombres sino cambios de procedimientos. Espera la depuración pero también medidas que abran el futuro. El cambio de la Constitución es ya un clamor extendido. Como lo es la necesidad de un cambio en la ley electoral, en los mecanismos de participación ciudadana y, por supuesto, en los mecanismos de control del estado y de la justicia.

La derecha, como siempre ha hecho, defiende los intereses de los empresarios, de los financieros, de la Iglesia Católica y de los sectores mejor instalados de la población. De ella no vendrá un cambio que acabe con esta situación como del dictador no vino ningún cambio hacia la libertad democrática. Pero la cuestión es ¿en qué está ocupada la izquierda? Y ahí la decepción de la ciudadanía es, si cabe, mayor. Porque solo decepciona aquel de quien se espera algo. Y de esta izquierda dividida en siglas y matices, ocupada en asuntos secundarios y maniatada por líderes reacios a dejar sus «carreras políticas» no se puede esperar otra cosa que una reacción contundente que por ahora no se vislumbra.
El pueblo está gravemente enfermo de decepción. Lucha y protesta en las calles sin que sus representantes estén a la altura. Es evidente para cualquiera: esto no puede seguir así.   

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